La noche era joven, oscura y fría. Las nubes de lluvia que habían estado presentes desde el día anterior finalmente decidieron soltar todo su contenido sobre el mundo.
Un individuo corría tratando de resguardarse del agua con la ayuda de una capucha harapienta. Corría por un sendero reducido a lodo, y con la mano derecha sostenía un farol que apenas iluminaba el camino, mientras que con la izquierda parecía resguardar algo debajo de los trapos mojados que vestía. El clima iba empeorando, el viento soplo más fuerte y el agua caía con más intensidad. Finalmente, tras una lenta agonía, el farol se apagó y el sujeto tuvo que continuar a oscuras. Seguía corriendo, solo que ahora estaba más nervioso y una tos le aquejaba, pero seguía corriendo.
De repente, uno de sus pies tropezó con una piedra que se asomaba en el lodo y cayó de cara sobre un charco. Se levantó rápidamente, arrojó el farol apagado y luego tanteó por debajo de su capa, sacó un libro antiguo, forrado en cuero y con los bordes gastados, con el cuerpo lo protegió de la lluvia y lo revisó un poco. Aliviado notó que el libro seguía en buenas condiciones, luego lo guardó rápidamente.
Finalmente llegó al hogar, una pequeña y angosta torrecita de piedra. Se acercó a la entrada, una puerta de madera añeja iluminada por un farol resguardado de la lluvia y el viento, y luego sacó una llave oxidada, la cual estuvo a punto de encajar en la cerradura, pero un ataque de tos provocó que se le cayera. Se agachó a recogerla y, cuando la encontró tras buscar un poco, la limpió y se apuró en abrir.
Tras entrar subió rápidamente la escalera, llegó a sus apocentos y dejó el preciado libro sobre una mesa. Se despojó de la ropa empapada y, difucultado por la tos, encendió la chimenea. Se secó lo mejor que pudo y luego se acurrucó en un rincón entre los libreros, poniendo el libro junto a él. Se detuvo a contemplarlo un poco, pensó en cuanto había esperado para poder leerlo, recordó todo lo que tuvo que hacer para poseerlo, y finalmente, después de tantas ansias que lo comían por dentro, abrió el libro y empezó a leer mientras respiraba dificultosamente el olor del papel...
Leyó horas y horas a pesar del frío, la tos y un dolor de cabeza que le apreció paulatinamente. Con el tiempo apareció el hambre y el sueño, pero eso tampoco impidió que continuara en su lectura, pues estaba muy entusiasmado leyendo, aunque parte de esa emoción se perdía cuando, al llegar a párrafos y fragmente especialmente interesantes de la trama, un ataque de tos lo detenía.
La noche parecía no terminar, el libro tampoco. Solo se movió de lugar cuando una gotera en el techo mojo una de las páginas, fuera de eso prácticamente parecía una estatua, rígida debido al frío y a la concentración que mantenía sobre las letras, aunque con episodios cada vez más frecuentes en que se estremecía por completo dada a la tos.
Ya llegaba al último capítulo cuando, en uno de los espasmos, salieron gotitas rojas desde su boca... De a poco se iba destrozando la garganta y el pecho, pero parecía no darle importancia o simplemente no percatarse de lo que ocurría. Solo quería terminar de leer sin importar el costo.
Respiraba con dificultad cuando finalmente llegaba a la últimas dos páginas. Nada de epílogos ni cosas semejantes, la trama se resolvía y terminaba justo en esos dos últimos fragmentos de libro. Y cuando su corazón latía con la mayor intensidad de todas debido a la emoción, el ataque más feroz de tos provocó que una gran cantidad de sangre brotara desde su boca, cayendo directamente sobre el libro, manchando las dos últimas páginas. Pese a que se dio cuenta de lo que había pasado, los espasmos de su pecho le impedían moverse y reaccionar adecuadamente.
Cuando finalmente cesó el frenético episodio, tomó el libro, trató de leer algo, pero las letras estaban ininteligibles... Una gran rabia cruzó su ser y luego explotó en un descontrol que le hizo golpear todo objeto que estuviera a su alcance. Probablemente hubiera gritado mucho de no ser que su garganta estuviese destruida. Ya en sus últimas manifestaciones de ira, tomó el libro e intentó arrojarlo a la chimenea, pero cuando estuvo a punto de lanzarlo, uno de los libreros cayó encima de él. Luego la torre en sí misma crujió y gran parte de esta se derrumbó.
El individuo no murió... Su cuerpo quedó aplastado por estantes, libros y escombros de roca. En cuanto los ojos le dejaron de estar nublados notó que el dichoso libro quedó justo enfrente de él. Intentó mover el cuello con todas sus fuerzas, pero no lo logró. Estaba condenado a ver, hasta sus últimos respiros, a aquel objeto que pasó de amar obsesivamente a odiar como nunca antes lo había hecho...
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